Vivir aventuras con la magia de nuestro mundo.

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Yo he vivido aventuras, volado muy lejos, matado monstruos y salvado almas en pena que necesitaban descanso en el más allá. He vivido mil y una vidas y me quedan tantas otras por vivir aún… Sé que esto ya lo han dicho muchos otros antes que yo. Es cierto. Y es que todo está ya escrito, y sin embargo aún queda todo por escribir. Empiezas a escribir una historia y piensas: “No, no puedo poner esto, se parecería demasiado a ese libro que leí la semana pasada, pero si lo cambio a esto otro será como aquel libro que me leí en clase hace tantos años…” Cada uno tiene un mundo en su cabeza que puede plasmar en las páginas de un libro, en una web, en la pared de su cuarto, dónde quiera. Todos tenemos algo que contar, pero el problema está en cómo contarlo. Muchos, yo incluida, es más, yo la primera, tenemos grandes sueños. Cada mañana me despierto pensando en lo que podría contar, en un detalle nuevo para mi gran historia. Pero cada vez que me siento a escribir, a poner por escrito todo lo que imagino, las aventuras que mis pequeños amigos de tinta podrían vivir, me quedo estancada, bloqueada. No sé cómo empezar. Así hay miles, puede que millones de personas en el mundo. O lo contrario, que también suele darse. Me entran unas ganas terribles de escribir, simplemente dejar la tinta correr, no contar nada en absoluto o crear un mundo nuevo, hacer algo al fin y al cabo. Y sin embargo no me salen las ideas, no viene esa chispa de la que he hablado otras veces, esa pequeña musa brillante y maravillosa que parece revolotear alrededor de las mentes de tantos grandes magos. Porque es que esa es la magia que hay en este mundo. Leemos historias y aventuras de magos y brujas como el niño que sobrevivió, de aquel mago de barba blanca como la nieve que salvó a los hobbits y elfos en tantas ocasiones, también de aquel gran Merlín, que aparece en mis amadas historias artúricas… Esa es la magia a la que estamos acostumbrados. Pensamos en magia como algo que se hace con varitas, cetros, varas, bastones… un rayo de luz cegadora que acaba con los enemigos. Pues bien, la que nosotros tenemos en nuestro mundo es otra, no tan distinta como pudiera parecer en principio. Son lápices, bolígrafos, plumas, teclas o simplemente la voz. La tinta oscura es ese haz de luz capaz de derrotar a imperios enteros, capaz de crear vida.

¿Qué sería de nosotros sin libros? ¿Sin historias que contar a los niños? Pero no sólo a los niños, a todos. Nadie sobreviviría sin una buena historia en su vida. Aunque sólo fuera una. Los libros son la magia de nuestro tiempo. Del tiempo de los hombres, como dirían en tantas historias. Los libros y su mágica manera de preservar nuestras historias favoritas son lo que de verdad importa de entre las creaciones del ser humano. Supongo que habrá, pues de todo hay en la viña del Señor como dicen algunos, quien no se emocione al entrar en una librería, biblioteca o habitación repleta de libros. Para mí sería prácticamente imposible no cerrar los ojos y dejar un momento que sólo funcione mi sentido del olfato. Ese olor a páginas impresas es sin duda mi aroma preferido en el mundo entero. Y sí, se está perdiendo con las nuevas tecnologías, de las que yo también hago uso, pero jamás morirá por completo. Por muchos libros que se puedan almacenar en las tablets, ebooks, ordenadores y demás maquinaria, siempre preferiré comprarme un libro con páginas que pasar y donde poder colar la nariz para respirar.

Estoy escribiendo mucho y sé que no estoy diciendo nada. Porque en realidad creo que es casi imposible, al menos para mí, sin mi esfera/musa voladora, hablar de todo lo que soy gracias a los libros. Porque yo sé que, aparte de la educación que haya recibido de mi familia y formación, yo soy la persona que soy ahora mismo gracias a las historias que me han ido moldeando a lo largo de los años. Y es que ya son unos cuantos los años que llevo leyendo, sólo unos poquitos, sólo toda mi vida entera. Sé que me quedan aún tantos y tantos clásicos por leer, tantas novedades por descubrir, tantos bestsellers sobrevalorados por criticar que no tendré tiempo en toda mi vida a poder llenarme con todo lo que sus cubiertas contienen. Si por mí fuera, mi vida entera dependería de los libros. Y casi va a ser así si consigo mi sueño de ser traductora literaria, aunque algunos piensen que con ello voy a pasar más hambre que un caracol en un espejo, como diría mi madre. Y es que ser traductora literaria es mi sueño. Poder leer libros y reescribirlos en otro idioma y que eso sea mi profesión es seguramente lo que más ansío del futuro que aún está por venir.

Cada año, y seguramente cada día, se nos van escritores. Grandes escritores, de la talla de García Márquez, o de los pequeños que muy pocos conocen. Sean quienes sean, su pérdida es terrible, pero un escritor nunca muere realmente. Quien haya creado un mundo, real o imaginado, grande o minúsculo, suyo o no, siempre vivirá en él. Sus personajes le deben la vida, son sus hijos, su familia sempiterna, inmortal.

Hay tantas y tantas frases que hablan de lo hermoso y mágico de la lectura que sería imposible ponerlas aquí todas. Desde luego mía no es ninguna porque yo sé lo que siento, cómo me emociono cada vez que leo, cómo no quiero que acabe una historia y sin embargo estoy deseando llegar al final de la intriga al mismo tiempo, pero que sepa todo esto no significa que sea capaz de expresarlo con las palabras adecuadas. Por eso mismo dejo aquí un proverbio hindú que me ha encantado:

«Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora.»

Hoy es el Día del Libro, pero como tantas otras festividades, no es algo que se deba celebrar únicamente este día, este 23 de abril en el que fallecieron Shakespeare y Cervantes. No. Los libros son algo que debe celebrarse a diario. Leyendo un poquito cada noche, arropados en vuestras camas, sentados en un cómodo sillón, con una buena taza de té al lado… cualquier manera es buena para hacerle un homenaje a esta maravillosa creación. Los antiguos griegos, los vikingos, los romanos, todos ellos hacían sacrificios a sus dioses. Mi sacrificio a mis dioses son horas de mi sueño, horas que debería pasar haciendo trabajos, estudiando, paseando al sol… Mis dioses son los magos de las palabras, el papel y los mundos impresos en él. Y yo prometo honrarlos cada día como he ido haciendo durante toda mi vida.

Feliz Día del Libro.

La magia de los libros.

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